Enamorarse es fácil, es algo que nos sobreviene, nos invade emocionalmente de forma involuntaria y narcotizante. Luego viene «el compromiso», lo que supone el pilar de apoyo para la evolución afectiva de la propia pareja y para poder lograr una relación íntima.
En ese compromiso, como un acto de la voluntad en la decisión de querer, se implica un trabajo constante dentro de la pareja que abarca diferentes ámbitos y que requiere de generosidad, tolerancia y aceptación, valores que están hoy día en horas bajas.
- El ámbito emocional donde aparecen elementos de desarrollo obligados como la confianza, el respeto, la comunicación, los celos, etc.
- El ámbito material donde la pareja se tiene que poner de acuerdo sobre en que utilizar los bienes materiales, en cómo se gasta el dinero, en cuál será la política económica familiar….
- El ámbito ideológico para poder conciliar una misma o parecida visión del mundo partiendo de sistemas familiares de origen diferentes, un proyecto o plan común, con objetivos y valores compartidos…
- El ámbito sexual donde también existe el reto de cubrir las necesidades sexuales de los miembros de dicha pareja.
La disolución y derrumbamiento de la pareja es hoy una realidad. El índice de separaciones y divorcios cuyo incremento ya era notable se ha disparado en la ultima década. La pareja sucumbe fácilmente al poco de haberse creado, muchas veces con niños pequeños o incluso a lo largo del mismo embarazo.
Son muchos las dinámicas y conflictos en forma de relaciones de fuerza y delegaciones de poder. Hay relaciones de pareja que colisionan con el dilema del miedo al compromiso y la perdida de libertad o autonomía. Hay parejas que buscan cubrir y curar sus necesidades y heridas infantiles en el otro o que el otro cubra y repare sus necesidades infantiles tiranizándolo en una colusión sin fin. Existen parejas que fracasan porque no pudieron pensarse primero o parejas persecutorias intercambiándose el traje de víctima y verdugo sin fin. He visto a hombres y mujeres jugando el papel de “buenos hijos” o “buenas madres” dentro de las parejas. También he visto naufragios de personas intentando rescatar la relación de los padres en su relación de pareja. Y así tantos y tantos conflictos en pareja con motivaciones conscientes e inconscientes.
A falta de conjugar el nosotros, escucho frases como: “Lo que yo espero de mi pareja, lo que querría que fuera mi pareja, lo que yo deseo de mi pareja…” parecen mas bien un conjunto de ilusiones, deseos, fantasías y expectativas abocadas al fracaso. Un delirio narcisista que se agota con el tiempo en la relación para descubrir o preguntarse, ¿quién es este extraño con el que estoy?
La evolución de la pareja y la familia es posible y se pueden abordar y resolver los problemas que presentan las parejas si se solicita con tiempo una intervención psicoterapéutica. La terapia de pareja no se ha de utilizar como “último recurso” o como un lugar donde el psicólogo certifique la defunción de la pareja o pretender que el profesional sea un juez que dictamine quien tiene razón frente al otro. Tampoco es un lugar para esconderse de una infidelidad ni un sitio donde depositar el cadáver de la pareja no deseada.
La psicoterapia de pareja requiere valentía, paciencia y generosidad en el esfuerzo y abordará diversos aspectos de la relación por medio facilitar la maduración psicológica de sus miembros. Tratará tanto de aprender a amar como a poner límites al amor, de adquirir habilidades de comunicación, de afrontar la insatisfacción, de cultivar el cariño y los recursos para gestionar las emociones, de aprender a pedir lo que se quiere, de la sexualidad o de ser libre dentro de la relación entre otros muchos aspectos.
