La construcción de una pareja es un proceso y como todo proceso tiene fases. En este caso podríamos decir que existen cuatro grandes fases que son; la atracción, que puede ser física, afectiva o intelectual; el enamoramiento, como un estado de enajenación transitorio donde se produce una alteración del estado de ánimo y una distorsión en la percepción de la realidad; como tercera fase, y esta es clave, la decepción, en cuanto a la desidealización de la pareja y encuentro con un “otro significativo” más real; y por ultimo como cuarta fase viene la maduración y por lo tanto la construcción del amor en la pareja. El amor empieza después de la decepción.
El enamoramiento es un estado emocional altamente apetitivo y placentero que puede durar incluso varios años, pero no es un estado real en cuanto que mi mente minimiza lo “negativo” del otro, aumenta lo “positivo” y pone cosas en el otro o se proyecta en el otro lo que yo quiero que tenga. De esta forma cubro mis necesidades al ponerle cualidades y dones que no posee y que mi mente le presta temporalmente. A esto le llamamos mecanismos defensivos de negación e idealización.
En esta tercera fase no podemos decir que existe el amor porque todavía ha de construirse. Sin embargo, llegada la tercera fase de decepción muchas parejas dan por terminada su relación al pensar que el amor se terminó ya que no sienten “mariposas en el estómago”. Aunque parezca increíble en el siglo XXI todavía muchas personas identifican el amor con ese sentimiento de enamoramiento.
La decepción supone el ajuste a realidad que tienen que hacer los miembros de la pareja, implica la desidealización del otro y el comienzo de tareas tan importantes como “aprender a aceptar lo que no me gusta del otro” por ejemplo. Como comentábamos el amor sólo puede construirse sobre la base de la decepción en cuanto a la desidealización.
Puede ocurrir en el trascurso de esas fases que uno de los miembros de la pareja “no quiera” pasar a fase de decepción, a pesar de las pruebas y hechos aplastantes en contra que puede hallar dentro de la propia relación. Esto es peligroso porque supone que hay que mantener al otro de forma idealizada lo que conlleva empezar a hacer concesiones no razonables, no se ponen límites, se niega la propia necesidad o deseo por la del otro, priorizándolo para así intentar mantener enaltecido al otro y a salvo la relación de la decepción ya que como decíamos queda interpretada como el final de relación al que no se quiere llegar. Todo esto da lugar a ocupar posiciones de rendición, sometimiento y subyugación con la pareja lo que se convierte en altamente tóxico.
Sin embargo, exponerse y afrontar la decepción es necesario para el crecimiento de la pareja y del amor autentico. Este amor es producto del trabajo de ambos, no es un sentimiento sin más que sobreviene sin que haya que hacer nada para ello, convirtiéndonos, por tanto, en sujetos pasivos. Al contrario, el amor es una consecuencia, no una causa y es el resultado no solo de una afectividad sino además de conductas y actitudes que se trabajan en la relación día a día. Relación a donde uno debiera llegar con un cierto grado de autoconocimiento y autoestima para poder tener los recursos mínimos que permitan construir con el otro eso que llamamos pareja.
Por otro lado hay parejas siguen adelante con la decepción sin intervenir sobre ella, sin construir el amor y dando por bueno la idea de que “eso” es la pareja y pueden seguir viviendo juntos, incluso toda la vida, pero sin amor. Esto no son parejas sino “autoengaños compartidos” en los que se habita como se puede, generando mucho resentimiento e insatisfacción en la vida.
La buena noticia es que podemos trabajar todas estas cuestiones, es más, me atrevería a decir que debiéramos hacerlo si deseamos construir el amor dentro de una relación.
Por ultimo señalar que trabajar el amor tampoco garantiza que vayamos a estar con esa persona toda la vida, porque tampoco se trata de eso, se trata de vivir con salud mental y desde el respeto a uno mismo y al otro.
La diferencia es clara, nada tiene que ver cerrar una relación después de haber construido o intentado construir el amor donde ese cierre se lleva a cabo con cuidado, comprensión y con respeto por esa persona que hemos conocido y con la que hemos aprendido a comunicarnos y respetarnos, que hacerlo desde la decepción o la negación de la desidealización.
Separarse desde esta tercera fase suponen heridas importantes en la autoestima y confianza de la persona quedando dañada para futuras relaciones. Sin embargo, hacerlo desde el amor, si bien todo duelo es con dolor, supone un aprendizaje que nos llevamos a futuras relaciones si las hubiera y un estado de agradecimiento por haber compartido juntos esa parte de nuestras vidas libre de resentimientos y odios.
Si además hay hijos de por medio las diferencias se disparan significativa y exponencialmente como se puede uno imaginar. Por lo que podemos pensar que construir desde el amor aceptando la superación de la decepción dentro de la pareja actúa como un factor preventivo y de protección de cara a los hijos en casos de separación y divorcio.
