Conflicto emocional y cáncer

“Psique (alma) y cuerpo reaccionan complementariamente una con otro, según mi entender. Un cambio en el estado de la psique produce un cambio en la estructura del cuerpo, y a la inversa, un cambio en la estructura del cuerpo produce un cambio en la estructura de la psique”

Aristóteles

Superada la división cartesiana de cuerpo y mente hoy día todos aceptamos de manera razonable que somos un todo indivisible.  El estrés psicológico es el resultado de la vivencia individual de la persona al sentirse sometido a un estado de presión recurrente (externa o interna) en ausencia o con recursos limitados de afrontamiento para tales problemas donde se incluye la gestión emocional.

Cada persona posee una reactividad individual al estrés que depende de factores de temperamento, factores relacionados con el apoyo familiar y social, la edad y el locus de control. Por lo tanto, no precisamos pasar por una situación traumática para causar estrés psicológico, sino que situaciones menos comunes de la vida cotidiana dependiendo de su gestión también pueden producir una angustia recurrente.

Los estados emocionales en conflicto no resueltos generan estrés lo que activa el organismo provocando en él una serie de cambios a corto plazo como son por ejemplo la movilización de la energía que está almacenada como la glucosa, las proteínas simples y grasas que salen de las células para dirigirse a la musculatura. Al mismo tiempo se produce un incremento de la frecuencia cardiaca, respiratoria y presión arterial para facilitar el trasporte de oxigeno a las células de nuestro cuerpo. Se paralizan procesos como la digestión o se disminuye otros como el impulso sexual. También se produce una reacción analgésica al dolor de manera que la capacidad para percibirlo queda embotada.

Una vez finalizada la primera fase de alarma o de exposición a la situación estresante sin lograr el reequilibrio y su segunda fase de resistencia o adaptación al estresor sin éxito llegaremos a lo que se denomina fase de agotamiento que ocurre cuando nuestro organismo fracasa en resolver a la vivencia estresante. O se mantiene sobreactivado o no es capaz de desactivarse. En esta tercera fase es donde se producen alteraciones de tipo psicosomático como, por ejemplo:

Acné, aerofagias, aftas, alteraciones de la libido, alopecia, angina de pecho, anorexia, arritmias, artritis reumatoide, asma, bulimia, dermatitis atípica, diabetes, cefalea tensional, colitis ulcerosa, diarrea, dispepsia, dolor crónico, Raynaud, estreñimiento, eyaculación precoz, hipertensión, hipoglucemia, infarto de miocardio, impotencia, insomnio, lumbago, migrañas, náuseas, pesadillas, predisposición a accidentes, psoriasis, seborrea, síndrome del intestino irritable, temblores, trastornos menstruales, ulceras, vaginismo o vómitos.

De manera reseñable se produce una inhibición del sistema inmunitario, lo que provoca una mayor vulnerabilidad a la adquisición de procesos infecciosos, inflamatorios (como la artritis reumatoide), alérgicos (como asma o rinitis), otras enfermedades autoinmunitarias como el lupus eritematoso sistémico, problemas de debilidad y fatiga rápida de los músculos como consecuencia de la reducción de la acetilcolina. Por último y aunque es un tema científicamente controvertido en humanos, existen estudios que han logrado demostrar la relación entre el estrés y el crecimiento y propagación de neoplasias o enfermedades cancerígenas también en el tiempo.

Puesto que podemos aceptar que no sólo somos biología ante la enfermedad, parece sensato pensar que tratar de elaborar y resolver los conflictos emocionales, la ansiedad patológica y poder afrontar con recursos solventes las situaciones de estrés mediante un trabajo personal en psicoterapia no es un asunto menor sino una cuestión urgente.

Dr. Ricardo Bravo de Medina

Psicólogo Especialista en Psicología Clínica