El lápiz mágico
Érase una vez un niño que se llamaba Roberto al que no le gustaba estudiar. Roberto se levantaba todas las mañanas de la cama enfadado y discutiendo con su madre a la que preguntaba una y otra vez, ¿Por qué tengo que ir al colegio? Cuando estaba en clase miraba por la ventana y se imaginaba jugando en la calle con otros niños o con su, pero “Tobías”. Si podía intentaba no ir a clase, pero ya había tenido serios problemas con sus profesores y con sus padres, así que no le quedaba más remedio que acudir todos los días.
Claro está, sus notas eran bastante malas, y aunque esto le preocupaba mucho seguía esperando la hora de salir de clase para seguir jugando. Vamos que las cosas no iban nada bien.
Un día cuando caminaba volviendo del colegio a su cas se encontró con algo que brillaba mucho. La curiosidad le hizo acercarse lentamente. ¡Parecía un lápiz! A el no le gustaban mucho los lápices, claro. Pero aquél era diferente, era un lápiz nuevo, reluciente, como si lo acabaran de sacar de su caja. Se sintió muy atraído por él así que no lo pensó, lo cogió y lo metió en su vieja maleta del colegio.
En el colegio eran días de exámenes. Y si hay algo que le guste menos a Roberto que el colegio, son los exámenes. Una vez más pensaba, -suspenderé todas las asignaturas, porque como no he estudiado nada. Mi madre siempre me dice que estudiando un poco al día no me costará, pero es que me da mucha pereza-.
Aquel día fue a hacer el examen como otros tantos días había ido. Era de “mate”, ¡Vaya rollo! Así que pensó. -Bueno pongo el nombre y me voy-. Miró en su maleta sacó el lápiz que se encontró el día anterior. Así que empezó a escribir su nombre.
Pero… ¿Qué sucede? Parece que su mano se actuaba sola, empezaba a escribir sin parar, fórmulas, ecuaciones…, todos los resultados. Era increíble. Estaba rellenando el examen sin parar. ¡Era un lápiz mágico!
Ese día sacó un 10 en matemáticas. Decidido lo llevo a otros exámenes, literatura, geografía, historia, lengua…. Era maravilloso, aquel lapicero no paraba de escribir y escribir todas las respuestas. Roberto pensaba, -no sé ni lo que estoy escribiendo, pero funciona, así que da igual-.
Su vida cambió, sus padres, sus profesores, todo el mundo le admiraba, le reconocía, le trataba bien, nadie le molestaba, podía hacer lo que quería. Todo iba “viento en popa”. Mientras los demás niños se metían en casa para estudiar, Roberto vivía alegremente. Se dedicaba a jugar y divertirse sin preocuparse, año tras año, superando los cursos sin ningún tipo de dificultad, ni esfuerzo.
Cuando se acostaba en la cama por las noches pensaba que sería mejor estudiar, pero a la mañana siguiente trataba de no pensar en eso. Se prometía que cada examen sería el ultimo en el que utilizaría el lápiz mágico, que el próximo estudiaría, pero a la hora de la verdad terminaba sacando el lápiz.
Pensó también en decírselo a sus padres, pero luego cambiaba de idea y pensaba que era mejor no hacerlo. – ¿Para qué?, ellos no lo entenderían-. Así estuvo durante muchos años.
Con el paso del tiempo el lápiz iba a poco a poco mermando, se iba haciendo cada vez más y más pequeño. Llegó un momento en que casi no podía cogerlo con los dedos.
Superó todos y cada uno de los exámenes con matricula de honor. Tan sólo quedaba uno para poder terminar sus estudios. Era el último y el más trascendental. El que decidiría su futuro. Era tan importante que la noche anterior pensó en levantarse a estudiar, pero una vez más se quedó viendo la tele hasta quedarse dormido.
El día llegó y sacó su diminuto lápiz. Casi no se veía entre sus dedos. Con dificultad se puso a escribir. Como en otras ocasiones el lápiz empezó poniendo su nombre, pero de repente se detuvo, no escribía. ¡Ya no tenía mina! Miró aterrorizado el papel blanco y se dio cuenta en aquel mismo instante que no sabía nada. ¡NO SABIA NADA!
Dr. Psi. RICARDO BRAVO DE MEDINA
Psicólogo Especialista en Psicología Clínica