A ratos la vida. Anames 231
MIERCOLES. Me desperté a las tres y media de la madrugada con ruido por obras en mi cerebro. Un zumbido constante y un dolor en la sien que dirigía magistralmente la orquesta de ese sonido de cuerdas incesantes. Sali pesadamente de la habitación y me dirigí hacia la cocina. En el camino me cruce con un espejo que no recordaba que estuviera allí. Me observé un instante y vi que llevaba puesto un polo amarillo de manga corta de Lacoste con un cocodrilo muy grande y un cuchillo en mi mano derecha. Aunque parezca extraño me detuve primero a pensar en el tamaño exagerado del cocodrilo.
– Parece estar enfermo – pensé-. Será hipertrofia madurativa – me dije-. Es una enfermedad poco común pero muy contagiosa. Yo la pasé de niño y se sufre mucho la verdad. Lo malo son las secuelas que te quedan cuando eres adulto- concluí.
El cuchillo, a pesar de simbolizar la amenaza de la enfermedad o la muerte, parecía menos peligroso que el polo así que no le di importancia y seguí caminando. Todo era extraño, no reconocía nada de aquella casa. Al atravesar el salón buscando la cocina me topé con un tipo que miraba fijamente el cocodrilo del polo que llevaba puesto. A lo mejor reconoció en el cocodrilo la enfermedad que padecía también. Yo le miré el alma. No puedo evitar hacerlo, me surge de forma refleja, como quien observa el cuerpo desnudo de otro hombre o mujer.
-¿Quién eres? – me dijo. ¿Qué haces?
-¿Tú qué crees? – dijo mi boca al tiempo que mi mano se movía mostrándole el cuchillo.
En ese instante fui consciente de que había entrado en una realidad ajena a la mía. Quizás habitaba el sueño de aquel hombre alto con gafas que parecía tan desconcertado como yo. Permanecimos en silencio paralizados, sin saber qué hacer uno frente al otro. Después del alma vi la materia y me pareció reconocer en ese cuerpo a un escritor. Seguidamente miré alrededor para confirmar que efectivamente esa no era mi casa, ni tampoco mi realidad, lo que pude aceptar rápidamente ya que estoy acostumbrado a transitar por otras realidades a esas horas de la madrugada.
-Mira, vamos a imaginar que todo ha sido un sueño – le dije de forma esforzada tras concentrarme un instante mirando al techo- Tú vuelves a la cama, yo me largo con viento fresco y aquí no ha pasado nada. ¿De acuerdo?
-De acuerdo – dijo él marchándose de vuelta a la cama.
Emprendí el regreso desanudando mis pasos. En la penumbra del dormitorio y ya en la cama recobré mi realidad y permanecí inmóvil pensativo sobre aquella alma siempre igual y diferente, siempre conectada y desconectada. No eran las seis y media cuando me levanté de nuevo de la cama. Esperaba ver alguna luz del día, pero todavía estaba oscuro. En silencio preparé el desayuno. Estaba cansado y dolorido, como si hubiera salido de un estado de hibernación después de un gran viaje estelar. El dolor de cabeza seguía ahí, quizás como secuela.
-Esa especie de almas son perturbadoras – pensé-. -Son ese tipo de almas que alcanzan el inconsciente de quien puede verlas alterando su orden o desorden, nunca se sabe-.
Seguí revolviendo lentamente con una cucharilla pequeña el café de mi taza caliente.
Dr. Psi. RICARDO BRAVO DE MEDINA
Psicólogo Especialista en Psicología Clínica
