Aunque parezca increíble, hubo un tiempo en el que la soledad buscada era cierta, y los teléfonos móviles y demás artilugios, bautizados como inteligentes, aún no habían sido inventados. Apenas existía ningún tipo de tecnología moderna más allá de la televisión o la radio. Recuerdo que por entonces empezaba a trabajar como psicólogo. Nada más salir de trabajar cada viernes me apresuraba feliz a montar en mi coche de segunda mano pertrechado de algún libro para marcharme en soledad a pasar el fin de semana a un pueblecito costero despojado de gente y servicios. Tal era así que si iba fuera de temporada podían pasar días sin hablar con nadie.

Como era huérfano de teléfono en el apartamento que habitaba, tomaba a regañadientes como medida ansiolítica familiar, la costumbre de visitar furtivamente, como quien visita un prostíbulo o una iglesia quien sabe, la cabina de teléfono ubicada a la entrada del pueblo al llegar y poco más.

Todo empezaba cuando a mi llegada apagaba el motor del coche y escuchaba con placer el silencio. A partir de ahí, paseos por el monte y por la playa, lecturas pausadas, la contemplación del mar, mi respiración. Dejaba atrás la tensión y el estrés, entonces mi calidad de vida ganaba enteros de forma exponencial. Fue entonces cuando tomé conciencia de qué me estaba ocurriendo. Estaba viviendo despacio, plenamente, encontrando el equilibrio en ausencia de distracciones inútiles.

Esa forma de vivir me supuso de forma intuitiva darme la oportunidad de tener un periodo de refracción con el que combatir las ansiedades y angustias que me tocaban vivir por entonces. El periodo de refracción se define como el intervalo de tiempo durante el cual es imposible desencadenar una segunda respuesta. Nuestra mente, nuestras emociones necesitan reponerse sin duda. Existen diferentes ejemplos para argumentar esta idea de reposo necesario, pero quizás uno de los ejemplos más paradigmáticos viene del mundo de la sexología. Aquí se define el periodo refractario como el tiempo necesario que necesita el organismo después de producirse el orgasmo para volver a sentir excitación.

Nuestra mente necesita recuperarse, rescatarse, necesita caminar despacio, y más ante un mundo tecnológico que lo sobreestimula saturándolo, lo narcisiza, lo empacha con pseudorelaciones y lo vacía de contenido al llenarlo de superficialidad y distracciones.

Podemos hacer muchas cosas, pero nos cansamos y no podemos disfrutar verdadera y plenamente de ellas lo que nos lleva a sentirnos perdidos, insatisfechos y vacíos. A estas nuevas mentes en minoría de edad por la incapacidad de usar la razón, las invito a alejarse de las luces para poder pensar sobre uno mismo y pensar por sí mismo.

Dr. Psi. RICARDO BRAVO DE MEDINA

Psicólogo Especialista en Psicología Clínica