La madre inventada

Para aquellas mujeres que vivieron una niñez llena de infamia y soledad. Que nunca pudieron ser niñas al no poder sentir ni pensar como tales. Cuyos padres censuraban la naturaleza de su ser debido a una ceguera, no se sabe bien, si congénita o adquirida.

Mujeres que fueron hechas prisioneras en su infancia por expectativas y deseos egoístas. Asignadas para un papel de cuidadoras que las hizo no aprender su propio autocuidado. Estas niñas se fueron hipertrofiando madurativamente al depositar su madre o padre sus incesantes devenires y problemas de relación haciendo de la hija una confesora y amiga tan incansable como penitente y olvidándola o no reconociéndola finalmente como hija. Las propias frustraciones paternas y maternas depositadas en la hija convirtiéndola en participe de una realidad y vida que no la correspondía y la enajenaba de si misma.

En ese cautiverio, en esa celda mental, a la sombra de la incomprensión, la tristeza y soledad empezaron a inventar. Mientras miraban hacia la luz que desprendía la pequeña ventana que alumbraba la estancia, inventaban una madre (y un padre) amorosa que las cuidaba, que las escuchaba, que tenía empatía, que les daba calidez, que no las juzgaba, que no esperaban nada de ella salvo que fueran ellas mismas. Y así, de este modo, mientras iban inventando, con el hambre que da la carencia, iban idealizando el deseo de una madre que no existe.

Durante sus largos paseos circulares en esa pequeña habitación mental donde habitaba su realidad, perdieron la capacidad de enfadarse, de sentir y expresar lo que sentían acumulando miedo y desesperanza. Año tras año la autoestima se mermaba, daba igual lo bien que pudieran hacer las cosas porque seguían sintiéndose, farsantes, inútiles, insuficientes, en deuda o no merecedoras, entre tantas otras enfermedades que se contraen en tales celdas.

Esa madre inventada no existe, ni va a existir. A lo mejor es un intento recurrente de las hijas de querer seguir intentando salvar a los padres. Los hijos no pueden salvar a los padres. Solo se pueden salvar a si mismos y para ello hay que hacer el duelo, curar las heridas y salir de la celda cuya puerta se abre por dentro.

Dr. Ricardo Bravo de Medina

Psicólogo Especialista en Psicología Clínica