Han pasado unos 20 años en el contexto organizacional desde que asistiésemos con fascinación a la aparición del concepto “gestión del talento” o como se dice en inglés “talent management” que siempre queda más bonito y vende más.

Los gurús y expertos varios llegaron a la conclusión de que una vez seleccionado el candidato adecuado para el puesto deseado es conveniente para unos y cuestión prioritaria para otros, según se mire, fomentar el desarrollo del buen trabajador más que postergarlo o descuidarlo, y fidelizarlo más que ignorarlo o desmotivarlo. Todo en pro de la productividad y rentabilidad de tal empresa concluyendo finalmente con una de esas frases grandilocuentes “la inversión en personas es rentable”.

Parece lógico pensar que reconocer los logros de los trabajadores, entender sus motivaciones individuales y procurar su desarrollo, favorece su implicación y compromiso con los objetivos de la propia empresa.

Pero lejos, muy lejos de esta realidad, nos encontramos con muchos buenos trabajadores con talento, ilusión, inteligencia, creatividad y sentido común, realmente implicados, profesionales, exigentes, que echándose la empresa a la espalda acceden cándidamente a asumir más responsabilidades y tareas de las que su salud mental se puede permitir para acabar extenuados, agotados, sobrecargados, estresados y finalmente enfermos con trastornos de ansiedad y depresión.

Estos jefes, autodenomiados gestores del talento, lejos de cuidarles o interesarse por ellos, les abandonan y maltratan con exigencias imposibles, con excusas vagas, con argumentos culpabilizadores, con amenazas veladas, con llamadas a deshoras, con reuniones a la hora de salir de trabajar o antes de empezar la jornada.  En fin, a ver si al final no se trata de gestionar el talento sino de gestionar mediocridad.

La gestión de la mediocridad es el tratamiento de la medianía, de quienes no presentan la calidad humana, moral y de carácter, ni el valor, las habilidades, el intelecto o la afectividad mínima ni suficiente para ostentar cargo de responsabilidad.

Estos inspiradores del fracaso, terroristas del ingenio, negligentes afectivos, sordos de propósito,  harían bien en ser gestionados en su propia mediocridad para su propio desarrollo personal y beneficio de su organización.

 

Dr. Psi. RICARDO BRAVO DE MEDINA

Psicólogo Especialista en Psicología Clínica