La construcción de la autoestima no solo es un proceso que toma su origen en la crianza con la capacidad de los progenitores de sintonizar con el mundo interno del niño y de vincularse con él de forma amorosa entendiendo y validando sus emociones y pensamientos más genuinos. La autoestima será también una construcción individual, un hacerse cargo de uno mismo con un compromiso en el autoconocimiento que es el paso previo a la misma autoestima.

Uno de los atributos más importantes de la misma se relaciona con la capacidad de conectar con los propios deseos y necesidades, cuestión que observo cada vez resulta más compleja y confusa para la propia persona. Existe un desplazamiento del deseo y las necesidades individuales que ya no provienen del interior, del reconocimiento y aceptación del propio ser individual, sino que están fuera y nos vienen dados por medio de mecanismos como la idealización o “entre” el individuo y el objeto de deseo por medio de la emoción de la envidia.

La sociedad tecnológica del siglo XXI no trata de satisfacer necesidades sino de generar deseos estandarizados para después ofrecer solución a esos mismos deseos disfrazados de necesidad, en una continua compulsión sin fin. Para un adolescente puede ser de imperiosa necesidad obtener un iPhone de ultima generación, lo que provoca por un lado una excitación mental desmedida ante la idea de la posesión del objeto confundido con un deseo genuino y por otro disputas y confrontación familiar en el mejor de los casos. El resultado de esta dinámica no es mas que la soledad y el vacío.

La construcción de la autoestima parece haberse externalizado y haberse vuelto dependiente del lugar que ocupa uno comparativamente con los otros imaginarios que residen de forma virtual en las redes sociales. El otro y la relación con el otro se vuelve meramente formal y superficial donde la estética y la edición de un mundo feliz en el último selfi con cara de pato, se convierte en un acto de exhibición narcisista, con su herida incluida, en la búsqueda de sentirse bien de forma instantánea.

Se me ocurre por tanto acuñar el término “autoestima algorítmica” como una pseudoautoestima y definirla como un conjunto de normas o reglas en las redes que hace que una persona dirija su vida por y bajo la presión de la valoración de “los otros”. La construcción del carácter de esa persona y su bienestar dependerá de forma central de la aprobación de los demás otorgándoles el poder de su propia definición en base a la comparación negativa constante mediante mecanismos como pueda ser la cuantificación ansiosa de los “likes” obtenidos. Por todo esto la felicidad se convierte en una performance, en una representación de un yo ideal donde no tiene lugar el compartir con el otro (elemento clave en la construcción del propio yo) sino en la exhibición narcisista. El deseo ha dejado de ser nuestro.

Finalmente, y como señalaba anteriormente la autoestima, además del amor genuino, emana del autoconocimiento y este requiere trabajo, esfuerzo y compromiso (valores a la baja en nuestra sociedad actual) además de autoaceptación para el buen desarrollo personal de las propias cualidades, potencialidades (el Yo posible) y del propio ser. La autoestima no es dopamina sino serotonina, lo mismo que la felicidad.

Dr. Ricardo Bravo de Medina

Especialista en Psicología Clínica