Aquí se entra en la paradoja de que para garantizar la defensa social y por lo tanto al individuo se le restan libertades y capacidad de autonomía. Habrá siempre un grupo denominado desviado al que se le suprimirán sus libertades individuales por un bien mayor de grupo. Por otro lado esta paradoja desde el punto de vista psíquico tiene un correlato por ejemplo con el padre que pone límites a su hijo. El establecimiento de límites durante una fase de la vida del hijo a posteriori le llevará un mejor manejo de su mundo cognitivo emocional y por lo tanto mayor equilibrio y libertad. Se puede entender desde ahí. Pero en este planteamiento subyace la idea de una sociedad infantilizada desde la penalización y el control de forma máxime descargada de la propia autoridad y capacidad autorreguladora. Integrar estos dos elementos podría ser un objeto de estudio político desde preguntas como ¿Cómo podemos hacer para que la sociedad sea más madura en el sentido de la responsabilidad, la conciencia social, reconociendo su capacidad de autorregulación, su cultura grupal integrándola en la propia política activa?
El control social como una ética.
Me quedo con la frase de Foucault: “el orden social puede reprimir y perseguir delitos, y al mismo tiempo convivir con él, tolerarlo, utilizarlo, facilitarlo”. La crítica al orden social y la reflexión sobre el delito, primero desde la experiencia y la intuición (que siempre va por delante en el descubrimiento de las ciencias operativas) debe ser una necesidad en una sociedad en constante cambio y que sufre como consecuencia de delitos cometidos en gran medida por personas perfectamente integradas, nada estigmatizadas y que tratan de convertir desde argumentos seductores-psicopáticos el daño, la agresión, el vaciamiento emocional cometido politico-económico, en necesidad para el bien social. Como el padre que sacándose el cinto del pantalón y dispuesto una vez más a golpear a su hijo le dice “lo hago por tu bien”.